El tiempo y la pareja son dos conceptos que restan, es decir, sumar años junto a la pareja hace caer en la rutina, el desencanto y el desamor, o lo que es lo mismo restar...pero sumar años al lado de tu compañero de viaje de vida, siempre suma...pensado en él te hace experimentar la sensación de estar “en casa”, esa sería la sensación expresada en palabras, porque ya saben que aparece la inefabilidad, las emociones se sienten y expresarlas en palabras, es complicado.
Siempre he dicho que lo más bonito de las relaciones eran “los principios”, pero ahora sé, que era porque todos eran parejas y no compañeros de este viaje llamado Vida.
No olviden que aquí solo explico mi experiencia, mi verdad...pero puede que esté totalmente equivocada siempre, nunca se sabe...
Los principios, para mí, eran esos primeros momentos en los que me pasaba el día mirando la pantalla del móvil esperando que me escribiesen, porque los mensajes siempre estaban cargados de frases bonitas, ya que estaban pendiente de mi estado durante todo el día; esas primeras citas donde todo era mágico y ellos eran atentos, estaban pendientes de mí; solo nos veíamos para salir, es decir, cada uno vivía en su casa y vernos era solo tiempo de ocio; se desvivían por pasar tiempo conmigo; las horas pasaban volando porque conocernos ocupaba nuestro tiempo y disfrutábamos cada minuto; podíamos pasar horas mandándonos mensajes, el hecho de estar conectados era como estar en plenitud; existían esas mariposas cada vez que quedábamos, esos nervios combinados con ilusión...los principios siempre son bonitos, y después de mi última relación acabé tan quemada que mi idea era solo tener “principios”, porque luego todo se apaga y resta...pero cuando dejas de encontrar parejas y aparece tu compañero de viaje...todo suma siempre.
Cuando he convivido con pareja, ahora sé que en realidad, no ha salido mi verdadero yo por completo, no tenía la libertad de ser yo misma porque en realidad no tenía la confianza suficiente, no se alegraba por mi disfrute, sino que para que él disfrutase teníamos que disfrutar juntos. Por ejemplo, si yo me iba con mis padres 10 días al pueblo, en el fondo le fastidiaba, porque él se quedaba trabajando y me acusaba de “niña mimada”; si yo salía sola con compañeros de la universidad, cuando llegaba no me preguntaba ilusionado por cómo me lo había pasado...ahora sé que todo eso era reflejo de sus desequilibrios emocionales, pero en aquella época desconocía todo el tema emocional, el poder del ego, la repercusión de la falta de autoestima...lo he aprendido después...por aquel entonces no tenía ni idea.
Ahora sé que para poder encontrar a un compañero de viaje lo más importante es encontrarme primero a mi misma, aprender a amarme, respetarme y sobretodo a aceptarme. Dejando así de culpar al prójimo y afrontando mi propia oscuridad.
Una vez que encuentras un compañero de viaje, todo es diferente y el tiempo solo suma...no voy a negar que los años hacen que la relación viva diferentes etapas, pero son etapas en las que en el fondo cada vez te acercan más a esa sensación de “estar en casa”.
Pasas a tener una relación física que con el tiempo se equilibra al ritmo real de cada ser. Al principio la actividad sexual es casi diaria, es apasionante, es fogosa...pero con los años se equilibra, pero no por ello lo defino como falta de pasión o de amor, sino que simplemente el día a día tiene un desgaste energético y el sexo deja de tener la importancia que quieren darle. Eso le resta cantidad, pero nunca calidad. Nos regalamos abrazos, besos, masajes en los pies, caricias, tardes acurrucados en el sofá...Estar uno al lado del otro y tocarle con un pie, ya hace que me sienta “como en casa”. Creo que cuando estamos nutridos interiormente, todo se equilibra, incluso a nivel sexual, simplemente fluye, a su ritmo, y ese ritmo es perfecto tal y como sucede. Incluso cuando llegue una edad en la que el sexo deje de existir, porque en la vida todo son etapas, y lo bonito es ir aceptándolas.
Pasas a tener una relación emocional equilibrada. Donde soy consciente de que mis carencias no son culpa de él, sino mías. Disfrutamos de una convivencia sin peleas, ni gritos, ni discusiones habituales, sino que son esporádicas e incluso casi inexistentes. Mi disfrute es su disfrute, y viceversa. Si él es feliz, yo soy feliz, y viceversa. Acepto su libertad, teniendo muy consciente el desapego, somos compañeros de viaje y disfrutamos de nuestro trayecto, llegue a donde llegue...pero teniendo claro que hasta el día de hoy viajar juntos es lo más maravilloso que me ha pasado jamás. Pero eso no quita que también disfrute, sin sentimiento de culpa alguno, mis momentos de viaje en solitario. No dejo de lado aquello que me gusta, como leer, escribir, escuchar audios, ver pelis cutres de fines de semana de mediodía, viajar a mis pueblos...cada uno vive y disfruta su viaje en solitario, porque es necesaria y sana esa soledad.
Pasas a tener una relación mental equilibrada, donde el motor es compartir. Compartimos el día a día, conversaciones, dudas, economía...Existe una confianza, un respeto, una comprensión. No tiene cabida el miedo, porque le amo y aceptaré cualquier decisión que tome en su viaje, a pesar de que fuese incluso cambiarse de vagón o de trayecto...porque soy consciente de que somos compañeros de viaje, pero somos seres con experiencia de vida propias, personales e independientes.
Así, el momento más maravilloso de toda esta experiencia es compartir viaje con alguien tan extraordinario, y eso sé que ningún otro me lo podría ofrecer, porque puede que cualquier otra pareja me diese buenos principios, pero sentirme “en casa” solo es posible junto a un compañero de viaje, y yo me siento una afortunada.
Y esa sensación tan inefable de “estar en casa” te proporciona un viaje donde lo de menos es la meta, lo importante el recorrido y lo vital tener un equilibrio físico, mental y emocional.
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